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De la coca al código: construir software donde nadie miraba

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En el sur de Colombia, donde el asfalto escasea y las oportunidades aún más, las opciones eran muy limitadas. En zonas como La Hormiga, Orito o San Miguel, muchos jóvenes crecieron viendo cómo la coca era la única forma de subsistir. No porque quisieran, sino porque no había otra.

Pero hace seis años, decidimos probar algo distinto: enseñarles a programar. Sin grandes recursos, sin promesas rimbombantes, simplemente abrimos espacios donde pudieran aprender WordPress, maquetar sitios web, entender qué era una API. Al principio todo era nuevo. Incluso usar un teclado con confianza era un logro.

Donde otros vieron monte, nosotros vimos potencial

De ahí nació uno de nuestros proyectos más queridos: AULAPP, una plataforma educativa que hoy usan instituciones para administrar estudiantes, docentes, calificaciones, matrículas, planes de estudio y hasta indicadores de desempeño.

Pero AULAPP fue solo el comienzo.

Lo que empezó como una prueba de fe terminó convirtiéndose en una cantera de talento. Ese mismo equipo que alguna vez sembraba, hoy trabaja con tecnologías como Next.js, arquitectura de microservicios, Prisma, PostgreSQL, IA generativa y apps móviles.

Lo irónico —y hermoso— es verlos hoy, en reuniones de producto con clientes en Nueva York o Madrid, mientras de fondo suena música norteña o un corrido tumbado. Es una mezcla que, créanme, solo se da en Colombia.

Del Putumayo a Miami

Con los años, Agencia IDP creció más allá del sur. Hoy tenemos sede en Miami, Estados Unidos, y hemos llevado a cabo proyectos de alto nivel en Colombia, República Dominicana, España y USA.

Ser CEO de Agencia IDP me ha enseñado que hay algo más valioso que la experiencia: la disposición a cambiar de vida.

Sí, usamos Scrum, manejamos pipelines en la nube, tenemos QA automatizado. Pero lo que más orgullo me da no está en nuestro portafolio, sino en nuestras reuniones internas. Cuando uno de los chicos cuenta que ya pudo comprar su moto, o que su hermana está estudiando gracias al trabajo que él hace codificando desde su casa, entiendo que esto es mucho más que software.

Este equipo no está hecho de gurús que salieron de una universidad top con un MacBook debajo del brazo. Está hecho de personas que decidieron salir del monte y entrar al mundo de la tecnología sin garantías, pero con todo el corazón.

Una historia que vale la pena contar

Hoy, muchos de los que empezaron con nosotros ya lideran sus propios equipos. Otros dan mentoría a nuevos programadores. Algunos incluso están emprendiendo. A veces, cuando los veo trabajando en una aplicación con IA o debatiendo sobre la mejor estructura para una API REST, no puedo evitar sonreír.

Porque aunque hablemos de software, esto es una historia de redención.

Una historia que comenzó con machetes y terminó con teclados.
Que pasó del peligro de la montaña al bullicio de un stand en Campus Party.
Que demuestra que, si les damos a las personas la oportunidad, pueden convertirse en lo que nunca imaginaron.

Así que si alguna vez dudas del poder de la tecnología para transformar vidas… ven a conocer cómo lo hicimos en Putumayo.

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